Por Pedro Martínez Coronilla
En un mundo donde las narrativas se disputan con la misma intensidad que los territorios, la cultura se ha convertido en un campo de batalla. La reciente XXI Espartaqueada Cultural Nacional 2025 en Tecomatlán, Puebla, organizada por el Movimiento Antorchista, no solo exhibió el talento de más de 28 mil artistas mexicanos, sino que también dejó en claro una postura: la cultura es un arma de resistencia contra lo que denominan «imperialismo cultural».
Durango, cuna de la Revolución Mexicana y tierra de personajes como Francisco Villa, es un mosaico de identidades. Sus fiestas populares, como la Feria Nacional Durango, son testimonio de una cultura vibrante. Sin embargo, el estado no escapa a los problemas que el Maestro Aquiles Córdova Morán, señala: la violencia, el crimen organizado y la penetración de valores ajenos a las comunidades.
Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, Durango registró en 2024 una tasa de homicidios dolosos de 18 por cada 100 mil habitantes, cifra que, aunque inferior a la de estados como Guanajuato o Michoacán, refleja una fractura social. A esto se suma el desplazamiento forzado de comunidades rurales debido a la violencia, como ocurrió en 2023 en el municipio de Pueblo Nuevo, donde decenas de familias abandonaron sus hogares. En este contexto, la pregunta es inevitable: ¿puede la cultura ser un antídoto contra la descomposición social, como propone Antorcha?
El discurso de nuestro dirigente nacional durante la Espartaqueada denunció que los medios «venden la cultura estadounidense como la única a nivel mundial», evocando un fenómeno visible: la marginación de las expresiones locales frente al consumo masivo de series, música y modas globalizadas. Por ejemplo, la música del norte, compite contra el country estadounidense en las radios locales, mientras que las lenguas indígenas como el tepehuano enfrentan riesgo de desaparecer.
No obstante, hay iniciativas que resisten. El Festival Revueltas, dedicado a las artes escénicas, o el Encuentro Internacional de Cine Ambiental, son esfuerzos por posicionar a Durango e incluso colectivos independientes, como «Arte para Todos», llevan talleres de teatro y poesía a zonas marginadas de la capital, replicando (sin necesariamente adherirse a la organización) la premisa antorchista de «cultura para el pueblo trabajador».
El secretario general del Movimiento Antorchista no solo habló de cultura, sino que vinculó su discurso con conflictos globales: desde Gaza hasta Ucrania, acusando a la OTAN de expansionismo con medios de manipulación.
Durango, por ejemplo, es un estado minero. Sus recursos como el oro, la plata y el hierro son codiciados por empresas transnacionales, pero también por el crimen organizado. La lucha por el control de estos bienes no se explica solo por un «imperialismo externo», sino por redes de corrupción locales. ¿Cómo construir una «cultura guerrera» que enfrente esto?
La invitación del Movimiento Antorchista, es organizarse y luchar, en un Durango donde las protestas sociales son frecuentes. En 2024, maestros de la CNTE marcharon contra la reforma educativa, y ejidatarios de Gómez Palacio bloquearon carreteras para exigir agua. Estas movilizaciones, aunque fragmentadas, muestran a una sociedad dispuesta a resistir. Pero falta algo: una propuesta cultural unificada que trascienda lo reivindicativo y construya identidad.
Antorcha propone usar el arte como propaganda, se necesita una cultura que no solo «denuncie», sino que también cure: talleres de música para alejar a los jóvenes de las adicciones, rescate de leyendas indígenas para fortalecer el orgullo comunitario, o cineclubes que discutan modelos económicos alternativos.
La Espartaqueada Cultural dejó claro que, para Antorcha, el arte es un fusil. En un estado donde la violencia y la globalización amenazan las raíces, la cultura debe ser tanto espejo como martillo: que refleje las grietas sociales, pero también las repare. La invitación no es a imitar consignas, sino a crear una resistencia propia. Porque si algo hemos aprendido es que, cuando la cultura se arraiga, ni la bala ni el algoritmo pueden derrotarla.
A los artistas y activistas de Antorcha los invitamos a fomentar esta cultura guerrera y llevarle el arte a las comunidades y colonias más alejadas de nuestro país, tenemos que difundirlo entre los más jóvenes, explícarles que, si no detenemos la descomposición social, todos seremos víctimas de la violencia. Con propaganda y cultura podemos ganar la guerra, y para ello tenemos una salida, una propuesta: organizarse y luchar.