Ing. Ramón Rosales Córdova
En México, la escuela dejó de ser un espacio para pensar y reflexionar en el mundo inequitativo en el que nos desenvolvemos. Ahora es una línea de producción, diseñada no para formar personas, sino obreros, ante todo, capacitarlos y entrenarlos, recurso humano que necesita la burguesía. No se cultivan conciencias, se moldean perfiles funcionales. No se estimula el pensamiento científico, se estandariza la obediencia. La educación media superior y superior no apunta a la libertad ni al pensamiento crítico. Apunta a otra cosa: a sostener, sin muchas preguntas, un modelo económico profundamente desigual. Y no es casualidad. Los planes de estudio se diseñan y editan bajo una lógica empresarial. Se habla de “competencias”, de “productividad”, de “emprendimiento”. Lo que no se dice es que detrás de ese lenguaje se esconde una pedagogía de engaño y sometimiento.
Las asignaturas, materias incómodas —esas que enseñan a pensar, a razonar y cuestionar, a rebelarse— son arrinconadas o desmanteladas, eliminadas. Filosofía, Historia, Literatura: asignaturas vistas como reliquias inútiles frente a los brillantes cursos de liderazgo, Excel y marca personal. Porque lo que se busca no es que los jóvenes comprendan su realidad socioeconómica en la que viven, sino que aprendan a sobrevivir en ella sin hacer ruido, sin sublevarse o negarse a obedecer. Esto no es negligencia educativa. Es estrategia. Una política educativa pensada desde y para los intereses del capital decadente o no. Organismos internacionales, élites económicas y gobiernos han empujado una visión de la escuela como maquinaria para producir fuerza laboral barata incapaz de razonar, disciplinada y fácilmente sustituible o reemplazable. Dicen preparar a las nuevas generaciones para el siglo XXI, pero lo que hacen es entrenarlas para adaptarse sin rechistar a la precariedad. En las universidades, el panorama no es distinto. Se redefinen carreras según “las demandas del entorno productivo”, se descarta la investigación que no se pueda patentar, se premia la innovación sólo si es rentable. Una educación solamente para obedecer al modelo económico que prevalece, aunque dicho modelo haya sido decretado muerto y enterrado. La autonomía universitaria, en lugar de ser un escudo, muchas veces ha funcionado como coartada para desarrollar y avanzar en agendas privadas.
Y así, generación tras generación, egresan jóvenes con herramientas técnicas, pero sin brújula social. Saben competir, pero no colaborar, no cooperar fuera de su entorno laboral. Saben ejecutar órdenes, pero no cuestionarlas. Han sido formados para producir cualquier mercancía, pero de forma seccionada, ningún producto terminado como sale ya la venta, incapaces para transformar por propia iniciativa. La escuela, lejos de ser una vía de movilidad, se ha vuelto un mecanismo de reproducción de las mismas jerarquías de siempre. A los que nacen con menos posibilidades de poder avanzar en el estudio, se les ofrece formación mínima para trabajos de baja exigencia. A los que nacen con un poco más de oportunidades económicas, se le reserva el acceso a un conocimiento un tanto más liberador del castigo al que son sometidos por la vía del hecho en los distintos centros fabriles de alta tecnología.
Frente a esto, no basta con reformas educativas con contenidos distintos, cuando la realidad invita y somete, claro ante la necesidad del modelo económico existente. Pero bueno, suponiendo sin conceder, que por algo hay que empezar. Urge cambiar el sentido mismo de la educación, pero en todos los niveles me parece que una comunidad científica es más efectiva para el desarrollo de un a país. Preguntémonos que tienen los países altamente desarrollados. No más estudiantes entrenados para obedecer. Lo que hace falta son personas capaces de organizarse, de resistir, de imaginar y visualizar otro mundo, de soñar en un mundo mucho mejor, “yo sueño con un mundo de luces solamente, en que el hombre trabaje y viva sin llorar; donde el alma se expanda y vibre tiernamente como el ave que canta, como el cielo y el mar. Donde todos los seres tengan pan y vestido; donde todos los niños tengan aula y hogar; donde el alma se eleve como el águila al nido y el espíritu humano pueda libre cantar”ACM. Sí; para todo ser humano, sin distinción alguna.
Porque si el sistema necesita jóvenes que no piensen, entonces pensar se vuelve el acto revolucionario más urgente de todos.