José Emilio Soto
México es un país de contrastes: por un lado, se enorgullece de su cultura, su gastronomía y su historia; por otro, arrastra desigualdades profundas que afectan especialmente a las mujeres, y más aún a las madres. A propósito del Día de las Madres, según el estudio “El efecto de la maternidad en el empleo y los salarios en México”, realizado por el Colegio de México, las madres enfrentan una brecha salarial del 40 %, es decir, que por el simple hecho de ser madres, las mujeres ven reducidos sus ingresos casi a la mitad en comparación con sus pares masculinos o incluso con mujeres sin hijos.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) revela que el 46.7 % de las jefas de hogar que trabajan reciben apenas un salario mínimo, mientras que solo el 3.8 % logra ingresos superiores a tres salarios mínimos. Estas cifras exponen una realidad cruda: la maternidad no solo no es valorada, sino que se convierte en un obstáculo para el desarrollo profesional y económico de las mujeres.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha señalado que la presencia de hijos pequeños reduce la participación laboral de las mujeres en doce a catorce puntos porcentuales, mientras que en los hombres la diferencia es mínima (3 % o menos). Esto pone de manifiesto una estructura social que sigue asignando el cuidado de los hijos exclusivamente a las mujeres, limitando sus oportunidades laborales y perpetuando roles de género añejos.
En medio de este panorama, el gobierno ha anunciado la posible implementación de una semana laboral de 40 horas, una medida que, en teoría, busca mejorar la calidad de vida de los trabajadores. Sin embargo, esta promesa viene con letras pequeñas: no entrará en vigor sino hasta dentro de cinco años, excluye a los trabajadores informales (que representan el 54.6 % de la población ocupada) y no garantiza un aumento salarial.
Peor aún, mientras se discute esta reducción horaria, millones de mujeres (especialmente madres jefas de familia) trabajan jornadas extenuantes para compensar sus bajos ingresos. Según datos de El Universal, 2.16 millones de mujeres laboran más de 56 horas a la semana, muchas de ellas en empleos formales donde, supuestamente, deberían estar protegidas por la ley. Esto no es solo explotación laboral, sino violencia de género institucionalizada.
Uno de los datos más reveladores es que el 54.1 % de las madres sin empleo formal no busca trabajo porque debe encargarse del cuidado de hijos, personas mayores o enfermas. Esto es otra evidencia de la falla estructural: en México, el trabajo de cuidados (no remunerado y socialmente invisibilizado) recae casi exclusivamente sobre las mujeres.
Según el Inegi, las mujeres dedican en promedio 39.7 horas semanales al trabajo doméstico y de cuidados, mientras que los hombres solo 15.2 horas. No es casualidad que solo el 25.1 % de los cargos gerenciales sean ocupados por mujeres, y menos aún si tienen hijos menores de seis años.
La reducción de la jornada laboral a 40 horas podría ser un avance, pero solo si viene acompañada de políticas integrales. En este sentido, retomamos los cuatro ejes económicos propuestos por el Movimiento Antorchista Nacional, que podrían sentar las bases para una transformación real:
1. Empleos para todos: es urgente generar oportunidades laborales formales y estables para quienes estén en edad de trabajar, especialmente para las mujeres, quienes enfrentan mayores barreras de acceso.
2. Salarios dignos: no basta con reducir horas si el ingreso sigue siendo insuficiente; se necesitan salarios bien remunerados. El Coneval reporta que el ingreso laboral promedio es de 10 mil 584 pesos mensuales, una cifra que no alcanza para cubrir las necesidades básicas de una familia. Los salarios deben ajustarse al costo real de la vida y reconocer el valor del trabajo, especialmente el de las madres.
3. Impuestos progresivos: el sistema tributario actual beneficia a las grandes fortunas y castiga a la clase trabajadora. Se requiere una reforma fiscal que cobre impuestos a los más ricos.
4. Redistribución de la riqueza nacional: México es un país rico, pero su riqueza está concentrada en pocas manos. Es necesario el acceso a los recursos mediante políticas que fomenten la propiedad social, la inversión en obras y servicios básicos necesarios, así como en la educación y salud públicas.
Las madres en México no necesitan discursos paternalistas ni promesas a cinco años; necesitan acciones concretas que les permitan conciliar su vida laboral y familiar sin caer en la pobreza. La brecha salarial del 40 %, las jornadas extenuantes y la exclusión del mercado laboral son problemas estructurales que requieren soluciones estructurales.
Mientras el gobierno anuncia medidas cosméticas, millones de mujeres siguen atrapadas en un sistema que las castiga por ser madres. La verdadera semana laboral de 40 horas debería incluir salarios justos y acceso a servicios de cuidado; el trabajo de las mujeres (remunerado o no) es fundamental para el desarrollo del país.
Hasta que no se aborden los cuatro ejes del Movimiento Antorchista (empleo para todos, salarios dignos, impuestos progresivos y redistribución de la riqueza), seguiremos hablando de igualdad en papel, pero no en la realidad. La verdadera emancipación de las madres mexicanas no será posible sin una transformación profunda del sistema.