#Opinión // Defender las tradiciones mexicanas

noviembre 7, 2025

Por Ramón Rosales Córdova

En tiempos donde la prisa moderna nos empuja a olvidar quiénes somos, preservar las tradiciones se convierte en un acto de resistencia. No es un gesto romántico ni una simple nostalgia por lo antiguo; es una necesidad vital. Las tradiciones son la memoria viva de un pueblo, es lo que une el pasado con el presente y nos da sentido. Sin ellas, ¿qué nos queda? Un país que no recuerda su historia, que no honra sus muertos, que no celebra sus colores, se condena a perderse en el mar de la masificación mundial. El 2 de noviembre no es solo una fecha en el calendario, es un acto de identidad. El día de muertos representa uno de los símbolos más profundos y hermosos de la cultura mexicana. No debe verse como una fiesta vacía ni un espectáculo para turistas; es una manifestación de respeto hacia quienes ya no están. Es el reconocimiento de que la muerte no es un final, sino una parte inseparable de la vida. Sin embargo, cada año se puede ver cómo algunas personas reducen esta celebración a disfraces y fotos para redes sociales, sin comprender el peso simbólico que encierra. Y entra aquí la pregunta de ¿en qué momento dejamos de explicar el porqué de nuestras costumbres?
Por eso, la tarea de educar va mucho más allá de enseñar matemáticas o español. Educar también es enseñar a sentir orgullo por lo nuestro, a mirar nuestras raíces con respeto y gratitud. En ese sentido, las escuelas antorchistas han demostrado una profunda conciencia de lo que significa formar a la juventud. No se limitan a transmitir conocimientos, sino que cultivan el alma del estudiante, lo vinculan con su comunidad, con su historia y con su país. Y esa es la verdadera educación, la que siembra identidad.

Durante los pasados días las escuelas antorchistas de todo el país organizaron altares, concursos de catrinas, danzas y bailes tradicionales. Pero lo más valioso no fueron las flores ni el papel picado, sino la intención que movió todo eso, mantener viva la memoria colectiva. Cada altar fue una lección de historia, cada baile un recordatorio de que México está hecho de resistencia. Cada estudiante que participó comprendió, tal vez sin saberlo, que honrar a los muertos es también defender el derecho a una vida digna para los vivos. Porque de eso se trata. Preservar las tradiciones no es solo rendir homenaje al pasado, sino fortalecer el presente. Un joven que reconoce en México su hogar, que entiende el valor de sus raíces, será un joven dispuesto a defenderlo.

¿Cómo esperar que alguien luche por su país si no siente que le pertenece? Las tradiciones, cuando se enseñan con sentido, generan pertenencia. Y la pertenencia genera compromiso. De ahí la importancia de que estas fechas no pasen desapercibidas, de que las escuelas sigan siendo ese espacio donde se cultive de manera integral a los jóvenes. Es enseñar que México no es un simple territorio, sino una herencia que debemos cuidar. Por eso reconozco la labor de todas las escuelas antorchistas, de sus maestros y alumnos, que en estos días demostraron que la educación popular no se limita al aula, sino que se extiende a la vida misma. Ellos mantienen viva la llama que muchos pretenden apagar, la llama del pueblo consciente, orgulloso y organizado.

Preservar las tradiciones no es un gesto del pasado, sino una apuesta por el futuro. En cada flor de cempasúchil, en cada copal encendido, hay una promesa, no olvidar quiénes somos. Y mientras existan escuelas y jóvenes que sigan levantando altares y cantando a la muerte con dignidad, México seguirá siendo ese país que resiste, que recuerda y que lucha. Porque solo un pueblo con raíces puede crecer hacia un mundo más justo.